17 de septiembre de 2009

Mi baño turco


A todos menos a uno nos hacía ilusión ir a un baño turco en Estambul. Paco era el más reticente a ir, porque no le gustaba la idea de desnudarse completamente y de que un turco lo fregara con una esponja.

Elegimos el baño turco más turístico de todos, el de Cemberlitas, y pagamos por una limpieza total con masaje. Aunque yo aparentaba estar muy seguro de mí mismo, cuando me vi desnudo y envuelto en una minúscula toalla por los pasillos del hamam con mi amigo el cardiólogo, me di cuenta de que en ese momento me podía pasar cualquier cosa que no me gustara y de que no iba a poder hacer nada para evitarlo.

Mediante gestos, nos indicaron al cardiólogo y a mí que nos tumbáramos boca abajo en una gran losa de mármol caliente. Aquello era todo lo cómodo que puede resultar una loseta de mármol caliente. Cuando mi cuerpo se empezó a acostumbrar al calor, un "palanganazo" de agua hirviendo me sorprendió por la espalda. Era el bañista, que había llegado para fregarme. Sin ningún reparo, me frotó y enjabonó entero; eso sí, sin quitarme la pequeña toalla. Hay que decir, que él no se movía para nada; cuando quería limpiarme alguna zona del cuerpo que le quedara lejos, me deslizaba a empujones por la piedra, aprovechando que estaba enjabonado y que podía hacerme resbalar por ella sin problemas. No sé si soy muy sensible, pero aquello dolía. Palabra.

La limpieza no duró mucho, pero a mí se me hizo larguísima, sobre todo porque cuando el bañista se cansaba, alternaba la esponja con palanganas de agua helada o agua hirviendo indistintamente. Cuando hubo acabado de fregarme a su antojo, se empeñó en crujirme todas las articulaciones de mi cuerpo: tobillos, rodillas, caderas, columna,... y entonces ocurrió. Me agarró el brazo y lo llevó rápidamente con fuerza hacia el lado contrario. Estuvo así un segundo, que me pareció una eternidad por el dolor intenso y tras esto, devolvió el brazo a donde debía estar. No me podía creer lo que acababa de hacerme. ¡Me había luxado el hombro y lo había vuelto a colocar en su lugar! Lo miré con ojos de terror, pero me di cuenta de que no podía hacer nada para evitar que me luxara también el hombro contrario. Y lo hizo.

Soporté la última palangana de agua hirviendo y me condujeron junto al cardiólogo a la sala de masajes. Allí me esperaba el segundo turco, que parecía más joven y bastante más fuerte. En teoría, ahora llegaba la parte relajante de la visita. El masajista me puso boca abajo y comenzó a tocarme el pie, subiendo hacia arriba. Al llegar al gemelo, descubrió algo que no le gustó: una contractura muscular que yo jamás había notado que tuviera. El masajista decidió que esa contractura se iba a quedar en Turquía. Con los pulgares, comenzó a masajear la contractura arriba y abajo. Aquello también dolía, y comencé a gemir de dolor, pero de repente me callé. Pensé que quizás, el masajista podría creer que estaba gimiendo de placer y que iba a meterme en algún problema serio, así que apreté los dientes y aguanté el dolor lo mejor que pude.

Un rato después, el masajista olvidó mis piernas y continuó subiendo. Aquello era relajante, pero poco a poco, se fue acercando peligrosamente a la parte final de mi aparato digestivo. Entonces quise preguntarle hasta dónde pensaba llegar, pero como el masajista sólo hablaba turco, no tuve otra que dejarme hacer. Afortunadamente, no ocurrió nada; cuando llegó a donde la espalda pierde el nombre, dió un salto y continuó subiendo.

Encontró otros muchos puntos dolorosos: las lumbares, el cuello, la zona entre el índice y el pulgar y el otro gemelo, que también estaba contracturado. No me tocó los genitales, que estuvieron tapados durante todo el masaje con aquella gastada toalla; sin embargo, sí que llegó a tocar zonas bastante cercanas a ellos.

Después, me hundió el abdomen hasta casi provocarme arcadas. Consiguió meter la mano y separarme el músculo pectoral de la caja torácica. Me crujió la nariz y para terminar me lavó el pelo. Fue todo un detalle que no me arrancara un mechón como remate final.

Me levanté, me duché, busqué a mis amigos y me vestí como pude. Creo que nunca tendré claro si me gustó la experiencia o no. Por cierto, el que acabó más satisfecho fue Paco, que insistió en repetir cualquier otro día de nuestras vacaciones.

Foto: El hamam de Cemberlitas. Foto de Peter Samis.

7 firmas. Añade tú la tuya:

Dafne Laurel dijo...

Ahora aprecio lo bien que se lava uno en casa, sin dolor y sin sorpresas.

Fran dijo...

Espero que hayas exagerado mucho... Luxación de hombro... :-O

Anónimo dijo...

¿Estás seguro de que quieres contar estas cosas?*

Gupe dijo...

Jamás pensé que en un baño turco te hicieran esas cosas... yo tenía la romántica idea de la sauna turca de algunos balnearios (españoles), con sus agradables vapores de eucalipto, y donde nadie te hace daño en ningún sitio...

Fer dijo...

¡Vaya forma de relatar! :P

Abreaun dijo...

Emilio, si recibí tu sms, lo siento, no tenía saldo y cuando llamaste no tenía el teléfono encima.

Cuando tú quieras, a ver si te llamo mañana y quedamos, vale?

Siento el retraso. Un abrazo

Unknown dijo...

Hola, soy Paco, el que al principio era bastante reticente a ir a un baño turco. He de decir que el baño es algo relajante, pero a mi no me gustó estar en una sauna, sobre una piedra caliente y sin saber si quien te lava es fisioterapeuta o no. A mi me sorprendió que se pusiera encima mía para crujirme la espalda,ya que si bien es algo que puede hacer cualquiera, no me gusta que no lo haga un fisioterapeuta. Sin embargo el masaje fue fantástico, eso sí que lo recomiendo, en mi caso no fue nada doloroso. En todo momento son muy respetuosos y yo creo que casi me quedo dormido de lo relajante que es el masaje. Salí de allí como nuevo, eso sí con 50€ menos y esperando encontrarme una piscina de agua fría que nunca existió,jajaja. Saludos a todos