27 de abril de 2011

Mi guerra con la pintura



Lo primero que quiero decir es que yo no soy ningún santo y que, por supuesto, soy moralmente falible. Lo segundo, es que tengo un problema en forma de compromiso.

La semana pasada, unos amigos lejanos me invitaron a un torneo de PaintBall; ese juego de guerra ficticia en el que se disparan bolas de pintura. Todo el mundo que conozco que lo ha practicado habla maravillas de él: dicen que se descarga adrenalina, se pasa bien y se fomenta el espíritu de equipo.

El día de la partida, tenía que trabajar, por lo que me disculpé diciendo que no podía ir.

Sin embargo, tener que ir al hospital ese mismo día fue providencial, porque a mí nunca me ha parecido muy ético jugar a las guerras. El motivo es que en este preciso momento y en este mismo planeta, hay personas que están haciendo lo mismo que en ese juego, pero con balas de verdad y con una sola vida.

No quiero hacer juicios de valor de las personas a las que les gusta el PaintBall. Yo sólo digo que, por mis propios motivos éticos no quiero practicarlo.

Pero, si me invitan a participar en una competición, ¿cómo debería actuar? ¿Tendría que hacer de tripas corazón e ir, rechazarlo inventándome alguna excusa o argumentar mis motivos para no participar? Y si hago lo último, ¿cómo me las arreglaré para no quedar como un ridículo moralista?

Foto: Fragmento de cuadro de Joan Miró. Estas manchas de pintura sí que me gustan.

22 de abril de 2011

Llueve en la Semana Santa de Sevilla


Llueve. Si llueve no hay cofradías en Sevilla. Y esto da lugar a dos actitudes muy diferentes en mi barrio.

Por un lado, están a los que esta situación les crea una profunda congoja. No sé cómo se habrá tomado el dueño de la ferretería que no haya salido la Macarena; él, a quién ya le he escuchado en varias ocasiones a lo largo del año comentar las reuniones de la Junta de Gobierno de esta Hermandad. Mejor suerte ha tenido el de la recova; ése que adorna su tienda con fotos de la Amargura; que ellos han podido salir este año.

En el extremo opuesto, están los que se alegran de que se suspendan las cofradías, que no son pocos, y a los que también es fácil tener oportunidades de escuchar.

-No hay derecho a que durante una semana no pueda meter o sacar el coche de mi propio garaje. No hay derecho. Ojalá llueva toda la semana.

Tengo que decir que yo estoy más próximo a los primeros que a estos segundos. No porque no me solidarice con ellos, que yo también sufro las dificultades para llegar a mi propia casa durante esta semana; sino porque cuando decidí vivir en el centro, sabía que la Semana Santa implicaba forzosamente problemas en el acceso a mi domicilio durante bastantes días.

He vivido en muchos sitios de esta ciudad mía. Estuve años cerca del campo de la Feria, tolerando una semana de mañanas, tardes y noches de ruidos, y encontrando amantes, orinas y vómitos diariamente en mi propio portal. También residí años cerca de un estadio de fútbol, que cada dos semanas sigue congregando a miles de seguidores que han celebrado bastantes trofeos de competiciones a nivel europeo hasta altas horas de la noche (no me pregunten qué copa era, que no tengo ni idea, y con esto se pueden hacer una idea de lo que a mí me interesa este deporte).

Pero cada vez que he vivido en uno de estos sitios, he sido consciente de antemano de las incomodidades que suponen las concentraciones masivas de personas que se producen de forma periódica y, por tanto, las he tolerado estoicamente.

Por eso, cada vez me molesta más que haya personas que no duden en manifestar públicamente su alegría de que este año se suspendan las cofradías, argumentando las incomodidades que éstas les suponen y sin tener en cuenta a las personas que llevan el año entero preparándose para estas fechas. Procesiones en el centro de Sevilla lleva habiendo muchos siglos y, vivir en el centro, supone aceptar su existencia.

Foto: Ayer, las sillas de la Campana, vacías por la lluvia.

17 de abril de 2011

Hablando con @glintensiva sobre la UCI


Todo el mundo sabe qué es una UCI. ¿O quizás no?

Sabemos que es una parte del hospital a la que van los enfermos más graves pero, ¿qué es lo que ocurre dentro de ella? Y si nosotros somos los afortunados que estamos fuera, ¿cómo afrontar el ingreso de un ser querido en estas unidades?

Gloria protagoniza este segundo capítulo del Podcast en el que nos explicará todas estas preguntas con un lenguaje sencillo y además, como postre, nos dará unos pequeños trucos sobre cómo actuar cuando un desconocido se cae en la calle delante de nosotros.

13 de abril de 2011

El premio "Avión de papel" al sanitario más austero


Seguramente ustedes habrán oído hablar de RyanAir: ya saben, esa compañía de vuelos low-cost. Quizás incluso hayan tenido el gusto de viajar con ellos.

En ese caso, habrán sufrido en sus propias carnes la estricta política de ahorro que sigue esta compañía. Yo nunca me había parado a reflexionar mucho sobre ella; pero la otra mañana, en el autobús, mientras leía lo que había escrito Julio Bonis sobre RyanAir, tuve un extraño cruce de ideas.

Resulta que la compañía irlandesa hace periódicamente un concurso entre los empleados de la compañía. En este concurso, se premia al empleado que aporte una idea simple que permita evitar un gasto existente a la empresa. Por ejemplo, este año ganó la idea de eliminar las papeleras de las mesas de las oficinas, favoreciendo el reciclaje.

El proyecto de RyanAir me pareció sensacional, porque no sólo sirve para motivar a los trabajadores en el ahorro, sino que además da voz a los que normalmente permanecen callados y, ¿quién sabe mejor cómo ahorrar que aquel del que depende directamente el gasto?

Así que yo, ni corto ni perezoso, me animo a lanzar desde este humilde sitio un concurso similar al de RyanAir. Desde este momento, creo el Premio "Avión de papel" al trabajador sanitario más austero.

Les animo a todos ustedes a que aporten su propia idea, puesto que no estaría mal hacer una colección de trucos para permitir un ahorro fácil en salud.

Y como yo no iba a ser menos, comienzo dando mi propia propuesta:

"Configurar todas las impresoras del centro sanitario para que, por defecto, impriman a doble cara".

Foto: Trofeo del premio "Avión de papel" al trabajador sanitario más austero.

10 de abril de 2011

Los puntos sobre las íes


Les voy a confesar una extraña afición que tengo: me divierte coser carne.

No me pregunten por qué, que yo no lo tengo claro, pero supongo que será por asociación. Dar puntos suele ser el último paso de una cirugía exitosa; quizás, por eso, asocie interiormente la costura a algo que va bien.

No obstante, en mi caso, el coser es un placer que no suele suceder. Las cirugías en Otorrinolaringología raras veces necesitan puntos y cuando lo hacen es poco frecuente que sean más de cinco.

Tenía ganas de rotar por el servicio de Cirugía Plástica, dado que sabía que allí iba a dar puntos de todo tipo.

Como comprenderán por lo que les he explicado antes, una cosa es que me guste coser y otra muy diferente que lo haga bien. Aunque les parezca increíble, en la Facultad de Medicina no me enseñaron. No es algo exclusivo de mi Facultad, porque he hablado con muchos estudiantes de otros sitios de España y todos me han comentado que salieron de la carrera sin saber dar puntos.

Mi técnica es autodidacta y, por tanto, está llena de errores.

Por ejemplo, soy lento. Si nadie me ha enseñado y además no tengo muchas oportunidades de practicar, mientras que yo doy diez puntos cualquier otro residente quirúrgico ya ha dado quince. Por eso, siempre me disculpo ante el enfermero instrumentalista antes de empezar a coser. Menos mal que todos hasta este momento son muy comprensivos y se resignan a prolongar la cirugía unos minutos más con una sonrisa.

Afortunadamente, en Cirugía Plástica me están enseñando a mejorar mi método. Mismamente, hace unos días, me señalaron un error en mis puntos del que yo me venía dando cuenta desde hacía tiempo:

-Tus puntos están bien dados, pero desperdicias mucho hilo.
-¿Cómo lo hago entonces?
-Prueba tirando sólo del cabo de la aguja en lugar de tirar de los dos cabos.

Y funcionó. Y mientras que acababa de dar mis puntos no pude evitar pensar la cantidad de dinero que se habría ahorrado el sistema si alguien me hubiese enseñado a dar puntos de forma más eficiente cuando era alumno y, consecuentemente, la cantidad de dinero que se derrochará en otros muchos aspectos cuando la formación del personal es insuficiente.

4 de abril de 2011

La puerta del Morato y la reputación digital


Tengo muchos amigos en mi hospital. O, al menos, eso me dice Facebook, entienda lo que entienda esta página web por amigos.

El caso es que el pasado fin de semana comencé a ver que en los muros de muchos de estos amigos se estaba haciendo popular una aplicación. El nombre de la misma me resultó increíblemente tentador y no me pude resistir a instalarla: "La puerta del Morato".

Para quienes no lo sepan, tengo que aclararles que "El Morato" es como se conoce popularmente mi hospital y, cuando se habla de "La Puerta", nos referimos al área de Urgencias.

Al igual que a Pandora, la curiosidad me pudo e instalé la aplicación para ver qué había en su interior.

Era muy simple, pero interesante. Incluso me reí un par de veces. Al ejecutarla, apareció en mi pantalla una ventana emergente en la que estaba escrita una frase típica de cualquier guardia; bastantes de estas frases uno las ha dicho en más de una ocasión.

Cuando iba a cerrar este sencillo juego, me llamó la atención que éste te daba la oportunidad de añadir frases propias a la colección. Fui observando como a lo largo del fin de semana, iban apareciendo frases nuevas en el repertorio.

Pero no sólo aumentó el número de frases, sino la intensidad de las mismas. Críticas sutiles, ataques contra todos los colectivos profesionales y caricaturizaciones de pacientes hicieron aparición. Y, en cierto modo, era lógico que fuera así, dado que dejar una frase para que entre dentro del conjunto de las mismas es anónimo.

Lo sucedido me hace plantearme tres preguntas, que son las siguientes:

1) El acceso a la aplicación es libre; ¿está bien que las críticas de una empresa hechas por los propios trabajadores estén disponibles para el público general? ¿Qué efecto tiene esto cuando ese público son enfermos que no aceptan que el sistema sanitario tiene imperfecciones?

2) En el caso de que se nombrara un responsable de reputación digital del servicio para tratar este tipo de situaciones, ¿qué actitud tendría que tomar de cara a los trabajadores y de cara a los pacientes? No olviden que detener la aplicación queda por encima de sus posibilidades. Y al ser una aplicación anónima, las represalias tampoco son posibles.

3) Si la aplicación fuera utilizada para verter calumnias sobre el servicio, ¿existiría una manera de detenerla?

Yo les animo a que se planteen estas preguntas porque, si en mi hospital ha ocurrido, puede que dentro de poco tiempo tengan el mismo problema en el lugar donde trabajen.

Foto: Una puerta hacia un lugar desconocido. Ésta en concreto pertenece a un monasterio perdido entre montañas balcánicas.

1 de abril de 2011

La barra mágica


Martin Gardner escribió bastantes cuentos breves acerca de unas herramientas ideadas por extraterrestres que en realidad no eran más que el producto de su maravillosa imaginación.

Hoy quiero profundizar en la historia de un profesor de otra dimensión que acudió a la Tierra para codificar un libro con la simple ayuda de una barra de hierro. El libro que eligió fue "El Quijote".

-Es muy sencillo escribir "El Quijote" en una barra de hierro -dijo. Sólo tengo que codificar las letras terrestres de forma que a cada una le corresponda un número de dos cifras. La A será el 01; la B, el 02; la C, el 03. Para las minúsculas, comenzaré por el 50: la a será el 51; la b, el 52; la c, el 53,... el punto equivale al 98; la coma, al 99 y el espacio al 00.
-¿Y después?
-Transformaré "El Quijote" en un inmenso número.

El profesor escribió con letras grandes las primeras palabras:

En un lugar de La Mancha...

Y a continuación su equivalencia numérica:

056400726400627257516900545500625100135114535851...

-¡Se forma un número demasiado grande!
-Sí, pero es sencillo de reducir. Basta con escribir "cero coma" delante del número. Algo así:

0,056400726400627257516900545500625100135114535851...

-¿Y ahora?
-Un extremo de mi barra representa el 0 y otro el 1. El número resultante tras la codificación de "El Quijote", al llevar "cero coma" delante, ha de estar forzosamente entre el 0 y el 1. Por tanto, sólo tengo que marcar el lugar del número en mi barra y asunto solucionado.

Tal como prometió, el profesor marcó el complejo decimal en su barra de hierro y se volvió a su dimensión con su copia del libro de Cervantes. Y Gardner dejó que los humanos nos preguntásemos si tal sistema es posible, cuestión que hoy pretenderemos responder.

Con la tecnología actual, podemos hacer marcaciones muy precisas en una barra, pero no podemos llegar a un nivel subatómico. Así pues, el límite humano de precisión para este sistema es hacer una separación lo suficientemente fina como para separar dos átomos contiguos, pero no para marcar un átomo por la mitad.

Imaginemos que la barra de hierro midiera unos dos metros de largo y dos centímetros de diámetro. Como un palo de escoba grande.

El volumen de la barra sería de: 2 metros de largo * 0,01 metros de radio al cuadrado * 3,1416; es decir de aproximadamente 6,28*10^(-4) metros cúbicos.

Como la densidad del hierro es de 7874 kg/m3; la barra pesa 4947 gramos.

Un mol de hierro tiene 6,022*10^23 átomos y pesa 55,84 gramos. Así pues, la barra tiene 88,59 moles de hierro, que equivalen a 5,34*10^25 átomos de hierro.

La relación de los dos metros de barra respecto a la superficie de la sección de la misma (0,000314 metros cuadrados) es de 6369. Por tanto podemos deducir que a lo largo de la barra hay 8,38*10^21 átomos en fila india (calculado a partir del cociente de 5,34*10^25 átomos de hierro partido por la relación de 6369).

Aquí acaba el problema, porque sin poder hacer cortes subatómicos ni siquiera llegaríamos a "La Mancha"; nos quedaríamos codificando en la R de lugar.

Está visto por qué este sistema de marcas en barras de hierro no se ha hecho popular en nuestra civilización.

Foto: Vexelización de autorretrato con un palo de escoba con una fina marca.