30 de octubre de 2011

Lo mejor en sanidad de cada partido


Otra vez me ha tocado mesa electoral, que ya es mala pata que hayan sido tres veces en diez años; menos mal que yo creo en la teoría de rachas y en que este tipo de casualidades no son raras, sino previsibles.

El caso es que este año, dada la situación de crisis que vive el país, he decidido informarme convenientemente antes de votar a un partido, descargarme los programas electorales y analizarlos.

Como por mi formación y mi trabajo, con lo que puedo ser más crítico es con todo lo que afecta a la salud y a la sanidad, éste ha sido el campo al que más atención he dedicado. A continuación les dejo una breve opinión personal de los tres puntos relativos a la sanidad que más me han gustado de cada partido. Por supuesto, éste resumen es completamente subjetivo y les recomiendo que lean los programas enteros antes de tomar una decisión. Y una vez aclarado esto, les dejo un resumen:

El PSOE tiene la gran desventaja de podérsele criticar que por qué las cosas que proponen no las han hecho en los ocho años anteriores; hay que tener en cuenta que en sanidad muchas medidas son a largo plazo y de difícil implantación. En el programa me ha llamado la atención la apuesta por la Telemedicina, especialmente para el paciente impedido; el compromiso por la profesionalización de la gestión y el reconocimiento de la necesidad del paso de un sistema centrado en los procesos agudos para dar la necesidad necesaria a los procesos crónicos.

El PP, como principal partido de la oposición, comienza sus propuestas en sanidad apostando por la centralización y las nuevas tecnologías. Quizás sea el programa más escueto, pero a su favor se puede decir que es más sencillo de comprender. Me gustan el punto 3, que habla a favor de la historia clínica telemática y la receta electrónica; el punto 4, que trata acerca de la abolición de las prestaciones en función de la comunidad autónoma en la que se resida y el punto 5, que nos recuerda el desafío que implicará en los próximos años el envejecimiento de la población y el desafío que esto supone.

UPyD comienza su programa electoral apostando por la devolución al Estado de las competencias en sanidad, lo que va en concordancia con su política centralista. De ellos, me gustan los puntos 283, en el que se establecerán fármacos de referencia bajo consenso científico para determinadas patologías excluyendo los equivalentes terapéuticos más caros salvo casos excepcionales; la centralización de las oposiciones al SNS para profesionales explicada en el punto 292 evitando las interinidades y la profesionalización de los cargos de gestión del SNS según criterios de mérito y capacidad que se comenta en el punto 297.

Para finalizar, IU propone una financiación adicional de la sanidad en un 1% del PIB (supongo que se referirán a salud, no a sanidad, que invertir en salud es mejor que invertir en sanidad, pero bueno la intención es lo que cuenta). Sus tres cosas que más me convencen: la inclusión de óptica, ortopedia y salud bucodental en el punto 6, adoptar medidas de uso racional del medicamento (no especifica qué medidas) según el punto 19 y la extinción de los sistemas diferentes al sistema general de la Seguridad Social del punto 22, como las mutualidades de funcionariado, la milicia y la justicia.

Fuentes:
Programa del PSOE.
Programa del PP.
Programa de UPyD.
Programa de IU.

26 de octubre de 2011

Bécquer y la Otoneurología


-¿Qué es Otoneurología?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
-¿Qué es Otoneurología? ¿Y tú me lo preguntas?

Y te cogí la cabeza, le hice un par de giros imposibles, tu pupila azul dejó de clavarse en mi pupila para comenzar a moverse descontroladamente, te provoqué el peor mareo de tu vida, te empapé en sudor frío, te hice vomitar un par de veces y se te quitaron las ganas de volverme a preguntar qué era la Otoneurología.

Eso sí, se te quitaron los vértigos.

23 de octubre de 2011

Richard in love


Richard era más feo que picio. Su fealdad era llamativa desde el primer momento que uno lo miraba. Mientras lo veía devorar en mi sofá su grueso tomo de un escritor con nombre ruso durante las largas siestas de agosto, me preguntaba si no sufriría rechazo debido a su aspecto en su vida habitual.

Nunca me atreví a preguntárselo, pero deduje que debía ser así, dado que sus libros y sus tazas de té mientras escuchaba Radio Clásica parecían satisfacer toda su necesidad de ocio. No conoció a nadie mientras vivió conmigo.

La convivencia con él la recuerdo deliciosa. Richard podría servir para ilustrar en qué consiste la educación inglesa: desde la delicadeza al coger los cubiertos al comer hasta su esmero en la limpieza y el orden pasando por su corrección en la forma de ser y su dominio del arte de la conversación.

Conforme lo iba conociendo, cada vez me sentía más violento cuando lo primero que hacían mis visitas era comentar lo desagradable de su gesto, en un desenfadado ejercicio de superficialidad.

A Richard le gustaba oírme tocar el piano, pero no fue hasta el último día cuando me confesó que el sabía tocar también. Le pedí que así lo hiciera, que me encantaría escucharle, pero él se excusó diciendo que quería acabar el capítulo de su libro.

Unos minutos después, entré en la ducha. Fue entonces cuando lo escuché. Richard se había sentado al piano a interpretar a Shostakovich. Era una pieza difícil, pero de su interpretación, limpia, precisa, perfecta, se comprendía que él era profesional del instrumento y que había tocado muchas horas.

Cuando acabó mi ducha, Richard aún no había terminado su concierto, pero lo interrumpió bruscamente al escucharme entrar y metió la cabeza entre los hombros de forma tímida.

-Pero... ¿eso es Shostakovich? ¡Es una interpretación brillante! ¡Eres un pianista excepcional!
-Sí...-dijo tímidamente. Se podría decir que Shostakovich fue mi primer y único amor.

Foto: Dmitri Shostakovich.
Audio: La pieza en cuestión: Concierto para piano número 1 en Do menor.

18 de octubre de 2011

Juegos con el laberinto


Capítulo V

Los laberintos dan lugar a multitud de juegos divertidos; para el que yo les propongo hoy, ni siquiera tendrán que levantarse de su silla.

Mientras están leyendo este párrafo, comiencen a girar su cabeza de izquierda a derecha, y después, de derecha a izquierda. Venga, no sean tímidos. Giren la cabeza diciendo no. Sigan leyendo y digan que no, cada vez más rápido. Más rápido. Más. No paren.

Si me han hecho caso, quizás comiencen a marearse. Para descansar un poco, dejen el no y pásense al sí. Arriba y abajo; arriba y abajo, mientras que no paran de leer este texto... ...un poco más... ...y ya lo dejamos.

Espero no haberlos mareado. Prometo no más movimientos de cabeza. Para cambiar, agarren la pantalla de su ordenador y muévanla cada vez más rápido de izquierda a derecha. Esto es más fácil si tienen un portátil, pero, si tienen demasiado apego a su ordenador, inténtenlo con un libro. ¿Consiguen seguirlo leyendo? ¿No? Prueben moviéndolo de arriba a abajo en lugar de de izquierda a derecha. ¿Tampoco? ¿Por qué pueden seguir leyendo cuando agitan la cabeza y no cuando agitan la pantalla? ¿Acaso los ojos no deben hacer el mismo movimiento en ambos casos?

Si leyeron el capítulo IV de esta serie, quizás recuerden que el equilibrio es algo complejo que depende de la vista, del oído y del tacto; sin embargo, no explicamos cuál es el papel del oído en esta compleja ensalada de sentidos.

El laberinto, la parte más posterior del oído interno, es el encargado de informar constantemente al cerebro de la posición y de los movimientos de la cabeza. El cerebro emite una serie de reflejos hacia el cuerpo y hacia los ojos. En nuestro caso, cuando movíamos la cabeza, los laberintos informaron de esta situación al cerebro, que dio las órdenes apropiadas a los ojos para que pudieran seguir fijando la mirada en el texto. Sin embargo, cuando lo que movíamos era el texto, el cerebro carecía de la información necesaria para prever hacia dónde dirigir los ojos para continuar leyendo.

El mecanismo que une el laberinto con los ojos se llama reflejo vestíbuloocular. El reflejo vestíbuloocular es estupendo. Funciona con los movimientos más complejos de la cabeza: giros, direcciones, aceleraciones, deceleraciones y cualquier forma que se les ocurra de poner a prueba sus cervicales.

La pérdida del reflejo vestibuloocular es, afortunadamente, un hecho muy raro, porque es altamente incapacitante. Por ejemplo, una persona que pierde este reflejo será incapaz de leer un libro a menos que lo haga con la cabeza completamente quieta. Tampoco podrá reconocer a las personas que van andando por la calle hasta que se detengan a hablar con él.

Recuerden que el laberinto y los movimientos del ojo están relacionados, porque lo necesitarán para el próximo capítulo de esta colección.

Foto: Laberinto del monumento al holocausto, Berlín.

15 de octubre de 2011

Los secretos del laberinto


Capítulo IV

Adivinanza: ¿Qué es esa cosa que no percibo cuando está y que sólo siento cuando la pierdo?

Los más mayores recordarán de la E.G.B. que el oído interno tenía dos partes: el caracol y el laberinto; y que se encargaba de dos importantes funciones: de la audición y del equilibrio.

La audición es fácil de comprender, o se escucha o no se escucha. La audición es una percepción consciente. Pero, ¿qué es el equilibrio? El equilibrio es la solución a nuestra adivinanza. Nadie tiene muy claro qué es el equilibrio, pero todo el mundo sabe qué ocurre cuando éste se pierde: caídas, mareos y ganas de vomitar.

Si hoy estamos recordando nuestra niñez, volvamos al castillo hinchable de la feria. ¿Todo el mundo recuerda lo difícil que era mantener el equilibrio allí encima y lo fácil que era caerse? ¿Qué tenía ese castillo hinchable que perjudicaba al oído?

El castillo hinchable no perjudica el sentido del equilibrio del oído, pero nos hace perder el equilibrio. Esto en principio puede parecer extraño, pero no lo es. En la E.G.B. nos mintieron. Que el equilibrio depende del oído interno es una verdad a medias. El equilibrio depende del oído interno, de la vista y del tacto.

Para no caernos, necesitamos que al menos dos de estos tres sentidos funcionen bien. En el castillo hinchable, nos falla una parte del tacto llamada propiocepción, que nos informa de la posición de nuestro cuerpo. En el momento en el que se mueve la cabeza en el castillo o en el que cerramos los ojos y alteramos la información del oído y de la vista respectivamente, falla un segundo sentido y sobreviene la caída. Menos mal que es una caída sobre el suelo del castillo, que está blandito.

Los pacientes que presentan enfermedades de la vista, del oído interno o del tacto propioceptivo pueden experimentar alteraciones del estado del equilibrio. Es fundamental detectar cuál de los tres sentidos es el que falla para orientar el tratamiento. Pero, ¿cómo saber que el que da problemas es el oído y no cualquiera de los otros dos? ¿Cómo descartar que no hay enfermedades circulatorias, endocrinas o psiquiátricas de base?

Con esta otra adivinanza me despido, pero prometo responderla en próximas ediciones.

Foto: El caracol (a la derecha) y el laberinto (a la izquierda).

11 de octubre de 2011

El 15M versus las JMJ: análisis restrospectivo


Hace unas semanas estuve en la boda de Pili, que el tiempo ha pasado tanto para Pili como para mí, que ya estamos en edad de casarnos, y que ya tenemos cosas más complejas en nuestra cabezas que cuando nos conocimos, con cuatro años de edad, en los que nuestro mayor placer era que nos dejaran colorear con nuestra propia caja de ceras Dacs.

Muchas caras que llevaba tiempo sin ver en aquella boda y cada una de ellas ha recorrido su vida por un camino muy diferente. En la mesa del convite, un viejo amigo me contaba lo buena que había su experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), el "maravilloso espíritu de confraternidad que se había respirado en Madrid durante aquellos días de verano" y la "inmensa reunión de jóvenes con ideales positivos" con la única mancha de las increpancias que habían tenido que soportar de algunos integrantes del movimiento 15M.

Yo salté al escuchar esto último porque, al haber conocido en primera persona el movimiento 15M, tanto en Sevilla como en Madrid, no me puedo imaginar éste como algo distinto al "maravilloso espíritu de confraternidad que yo mismo había respirado durante esos días de primavera" y "la inmensa reunión de jóvenes con ideales positivos" con la única mancha de la represión policial al movimiento durante las JMJ y las burlas de los asistentes al mismo evento que tantas veces salieron en YouTube.

Ni mi viejo amigo ni yo quisimos dar nuestro brazo a torcer y se estableció un diálogo de besugos en el cual cada uno defendía su propia facción y tachaba de intolerante a la otra.

Pronto me di cuenta de ninguno de los dos conseguiría convencer al otro y de algo aún más triste: de la base de ambos movimientos, el 15M y las JMJ no era tan diferente: personas idealistas, desilusionadas con la realidad, cada una con su propia opinión pero buscando un consenso, reunidas en la calle, celebrando su encuentro, luchando a su modo por un mundo mejor, más igualitario, menos injusto, ¿en qué momento comenzamos a estar peleados?

¿Tan imposible es el diálogo entre ambos grupos? Si el 15M es aconfesional, ¿en qué momento se sintieron los católicos discriminados? Si las JMJ está formado por personas que expresan libremente su opinión, ¿cuándo el pluralista movimiento 15M se sintió con capacidad para criticar su libertad de expresión? ¿Quién quiso hacernos creer que éramos enemigos? ¿Acaso se pretendió que ambos no empujásemos hacia el mismo lado?

Foto: Mi nudo de corbata para aquella boda, al que apodé "Pesadilla de Windsor".

7 de octubre de 2011

Un millar de seguidores


Ya sois mil. ¿Continuaré siendo capaz de ser fiel a mi opinión sabiendo que ya casi todos estáis representados?

Mil se dice pronto. ¿Seré lo suficientemente valiente para criticar a los A sabiendo que los A me están leyendo? ¿Cómo haré para felicitar a los B sin que parezca un peloteo vomitivo?

Mil tiene tres ceros. ¿Tendré que volverme trascendente o podré seguir gritando mis males de amores los viernes de madrugada en ciento cuarenta letras?

Queridos mil seguidores de Twitter: Cada uno de vosotros ha ido robando una milésima de mi espontaneidad.

2 de octubre de 2011

La cefalea de Emilienko


Al final de las largas tardes de invierno en las que no salgo de casa, me suele doler un poco la cabeza. Me ocurre desde niño y nunca le he dado la menor importancia porque el remedio es fácil: con salir de casa durante un rato se me pasa.

Diferente sería mi dolor de cabeza si le pusiera un nombre; por ejemplo, si le llamara "cefalea episódica vespertina por hacinamiento (CEVH)"; o mejor aún, "cefalea de Emilienko". Nominar mi padecimiento lo convertiría inmediatamente en una enfermedad. Parecería como si, de la noche a la mañana, ese dolor de cabeza que me obliga salir a estirar un poco las piernas se hubiera transformado en la respuesta que dar a mi médico cuando me preguntara mis antecedentes.

-Yo padezco de CEVH.

Lo gracioso del tema es que la cefalea de Emilienko no es algo que posea rango suficiente como para llamarlo enfermedad.

Si transpongo el mismo razonamiento a mi propia especialidad, un ancianito al que se le descubre por casualidad una perforación timpánica que no le da ninguna molestia, ¿tiene en realidad una "otitis media crónica simple en fase inactiva"? Un roncador que consulta por otro motivo y a quien se le descubre una desviación del tabique nasal en una exploración rutinaria, ¿padece una "roncopatía en contexto de insuficiencia respiratoria nasal por dismorfia septal"? Una chica joven que cada sábado por la mañana se despierta ronca tras una larga noche de discotecas, alcohol y tabaco, ¿es un caso de "disfonía vocal episódica por sobreesfuerzo"?

Últimamente, me gusta separar mi diagnósticos en dos tipos: enfermedades amenazantes por un lado y cuadros disfuncionales por el otro.

Entiendo por enfermedades amenazantes aquellas que progresan y que al hacerlo ponen en peligro la vida o que agravan cada vez más una sintomatología y por tanto precisan tratamiento: un colesteatoma, un mucocele sinusal o un cáncer de laringe son buenos ejemplos. Los cuadros disfuncionales, por el contrario, no merecen ser siempre llamados enfermedad y no siempre han de ser tratados.

Cada uno nacemos con un cuerpo lleno de taras. Yo desde la infancia tengo los dolores de cabeza antes comentados (las cefaleas de Emilienko) y además, soy miope. El dolor de cabeza no es, para mí, personalmente, una enfermedad. Sin embargo, la miopía sí; porque necesito que me la traten para poder hacer una vida diaria funcional. Sin embargo, si pasara todo el día en casa por cualquier motivo, la miopía me daría igual y la cefalea comenzaría a resultarme más discapacitante.

Por tanto, los cuadros disfuncionales deben ser llamados enfermedad en función de la persona que los padece y por eso procuro ser cauto a la hora de ponerles nombre y apellidos y así no crear falsos pacientes con miedo a enfermedades que no existen.

Foto: Con Rut Roncal en Valencia, miedo a las cosas inexistentes.