30 de mayo de 2010

Los espectadores perdidos


Tú y yo, y el resto de humanos somos tipos raros. Vivimos todos los días tan tranquilos sin acordarnos de los grandes enigmas de nuestra existencia: qué es el universo, por qué tenemos conciencia de nosotros mismos, cómo la muerte puede llegar a ser tan injusta o la razón por la que las personas guapas y con buen carácter tienden a emparejarse con los tipos más feos y malencarados.

Sí, vivimos cada día sin acordarnos de estos grandes enigmas y sin embargo no podemos soportar que tras el último capítulo de Perdidos, una serie de ciencia ficción, se hayan quedado algunas preguntas sin responder. Parece que nos sentimos engañados y con nuestras expectativas frustradas por un final que nadie esperaba. Han sido seis años en los que los perdidos éramos los espectadores y no los protagonistas y quizás por eso no nos hayamos dado cuenta de que lo más divertido han sido todos esos momentos de confusión que hemos sufrido.

Por ejemplo, cuando discutíamos en la cafetería del trabajo qué diantres era ese humo negro. O cuando mi padre descubrió por su propia cuenta que 4 + 8 + 15 + 16 + 23 + 48 sumaban 108. Ni cuando cinco días antes de mis oposiciones, me senté en el suelo del cuarto de baño, llorando nerviosamente por lo desgraciada que había sido la vida de Kate. Las largas conversaciones con Vientoblanco acerca de si Ben era muy bueno o muy malo, mientras nos turnábamos en la máquina de pectorales del gimnasio. El bote de arena de la playa de la serie que Guille y Diego me trajeron de Hawaii. El polo de la iniciativa Dharma que enviamos a Elenita a Alemania. Las teorías de Menelwen de los últimos días de la serie.

Somos tipos raros; nadie comenta todos esos buenos momentos que cada uno ha pasado. Los míos han sido tan agradables, que no voy a decir que haya sido una mala serie sólo porque al final hayan quedado cabos por atar. Salvando las diferencias, hay que reconocer que la gente recuerda El Quijote por los molinos de viento y las conversaciones con Sancho, y no porque todo acabara perfectamente hilvanado. ¿A alguien le importa acaso qué ocurrirá con Dulcinea después de la muerte del famoso caballero?

27 de mayo de 2010

En el sofá


Llegué a casa a las tantas de la noche, después de un día agotador, dispuesto a enseñarle el piso a un compañero de trabajo que me había pedido verlo en varias ocasiones.

Abrí la puerta de mi piso y vimos a mis guiris. Me quedé de piedra y sólo acerté a decir:

-Pero, ¿qué estáis haciendo los dos en el sofá?

Fue un momento violento.

Foto: Imagen promocional de la obra "El diario de Supermán". Imaginad cómo continúa la historia de la foto y entenderéis lo que estaba pasando cuando yo entré en casa.

24 de mayo de 2010

Justificantes médicos inútiles


-...y es así como se tiene que tomar las medicinas, ¿me ha entendido?
-Sí, doctor -me responde automáticamente mientras que yo me huelo por dentro que no se va a tomar la medicación bien. Doctor, me tiene que hacer un justificante para el trabajo de que he estado en la consulta.
-El propio papel de la cita le sirve.
-No, no me sirve. Mi jefe quiere que en el justificante diga cuál es la enfermedad que tengo.
-Hombre, si quiere yo se lo pongo, pero usted tiene el derecho al secreto médico y su jefe no tendría que enterarse de qué es lo que le pasa.
-Ah, ¿no?
-No. Imagine que usted tiene... no sé... por ejemplo, imagine usted que se hubiera contagiado una sífilis faríngea. ¿Realmente querría que su jefe lo supiera?
-¿Qué es una sífilis faríngea?
-Ehm... da igual, pero mejor que su jefe no se enterara.
-Ya. Bueno, entonces, si no quiere poner la enfermedad, escriba en el papel que he estado dos días muy malo y que por eso no he podido ir a trabajar.
-Ay, pero yo no puedo firmarle eso, porque yo no tengo forma alguna de saber si antes de ayer usted estaba malo o no...
-Entonces, ¿qué puede poner usted?
-Pues mire, yo puedo ponerle que, con fecha y hora de hoy, usted vino a la consulta.
-Vale, pues póngame eso aunque sea. Me llamo "Fulanito de Tal y Cual".
-Eso tampoco se lo puedo escribir.
-¿Por qué no?
-Porque yo no tengo la seguridad de que usted sea realmente "Fulanito de Tal y Cual".
-Le puedo enseñar mi DNI.
-¡No lo haga! Los médicos no tenemos autoridad para pedir un DNI y si se lo pido, usted podría denunciarme por hacerlo.
-Pero, por Dios, ¿qué calidad va a tener el justificante que me va a hacer usted?

Al final, quedó así:

El que me dijo que se llamaba Fulanito de Tal y Cual, acudió a mi consulta médica con fecha de hoy, solicitando que yo dejara constancia escrita de que, según su propio criterio, la dolencia que le afecta le impidió acudir a su puesto de trabajo durante los dos días previos a la consulta.

Emilienko.

Claro que el justificante no lo firmé como "Emilienko", sino que puse mi nombre real, mi firma y mi sellito en un folio con membrete. Sin embargo, por mucha oficialidad que le hubiese querido dar, el dichoso papel seguía sin decir absolutamente nada. Quizás porque los médicos estamos diseñados para hacer diagnósticos y poner tratamientos, y no para realizar tareas administrativas.

21 de mayo de 2010

Breve viaje a otro universo


Son las cuatro de la mañana de un jueves y yo estoy durmiendo tranquilamente en mi cama cuando me despiertan los gritos de terror de la inglesa y la alemana que ahora viven conmigo. Me levanto de un salto y me las encuentro abrazadas la una a la otra y agazapadas en una esquina del pasillo.

-¿Qué ocurre? -les pregunto.
-Es el gas -responde la inglesa. Acabamos de utilizar la cocina y creemos que va a explotar.
-Qué tontería. ¿Por qué iba a explotar?
-Yo trabajo de técnico de gas en Inglaterra. Y sé que las tomas de gas son muy peligrosas cuando

¡! ************ ¿?

Sigue siendo de noche y de repente me encuentro tendido en el sillón de Cristina, la vecina de al lado.

-¿Qué ha ocurrido? ¿Ha explotado el gas?

La inglesa y la alemana se miran la una a la otra, preocupadas.

-No, Emilienko, el gas no ha explotado. Lo que pasa es que has perdido el conocimiento, no sabíamos qué hacer y te hemos traído a casa de la vecina.
-¿Está todo bien entonces?
-Sí, sí.
-¿Dónde está Cristina?
-No está en casa, se ha ido de vacaciones.
-¿Y cómo os las habéis aviado para entrar?
-Cristina nos dejó una copia de sus llaves la semana pasada antes de irse por si había algún imprevisto.
-¿Podemos volver a casa?

Al salir al descansillo, me encuentro a Fernando, el vecino de enfrente, apoyado en la puerta de su casa, desnudo y envuelto en una pequeña toalla de baño.

-Buenas noches, Emilienko, ¿estás ya mejor?
-Sí...
-Nosotras nos vamos al apartamento de arriba, que esta noche vamos a dormir allí.
-¿Al piso de arriba? ¿Por qué? -pregunto extrañado de las relaciones tan raras que han hecho mis guiris con los vecinos.
-Al piso de arriba porque estamos viviendo allí -responde la inglesa.
-Compraste el piso de arriba, ¿no recuerdas? -continúa la alemana- Pensaste que con el dinero de los alquileres de las habitaciones podías permitirte pagar su hipoteca. Y ahora deberías descansar. Métete en la cama.
-Yo te acompaño -dice Fernando.

Le respondo a Fernando que no es necesario, que puedo llegar sólo y que, por favor, que se ponga algo de ropa, que es muy tarde y se va a enfriar. Entonces él me pregunta si realmente no quiero que me acompañe a la cama, y me guiña un ojo. Aunque mi barrio es de gente alternativa, no me esperaba ese comportamiento de un señor que es un padre de una familia numerosa tradicional.

Me disculpo educadamente con él y me apresuro a abrir la puerta de mi casa. Entonces se me cae el alma al suelo, porque el salón ha cambiado drásticamente. Sin querer, se me ocurre una teoría que explica todas estas cosas tan extrañas que están pasando durante esta noche.

Veréis, antes de meterme en la obra de la casa, barajaba dos proyectos diferentes para el salón, el número uno y el número dos. Ambos me gustaban mucho, así que aleatoriamente elegí el proyecto uno. Pero al entrar en mi salón, me doy cuenta de que la obra se ha realizado según el proyecto dos.

Y en ese momento entiendo que el gas sí que ha explotado, que esa misma noche ha debido producirse un accidente en el que seguramente yo haya muerto y que automáticamente he sido transportado a uno de estos universos paralelos que salen en las películas, en los que todas las cosas ocurren del revés. Me empiezo a poner nervioso y se me ocurre una idea para comprobar mi teoría.

-Fernando.
-Dime -me responde, sonriendo, mientras se reajusta la toalla que difícilmente le tapa.
-Tus hijos... ¿están bien?
-¿Mis hijos? Yo no tengo hijos. Yo tengo sobrinos, rey.

Cierro la puerta con Fernando fuera y asumo que me encuentro en un universo paralelo. Me pongo a mirar por la ventanta, intentando recordar cómo se las arreglaban en estas historias para volver al universo de origen.

Sin saber por qué, estoy de nuevo en mi cama y acaba de sonar el despertador. No tengo claro dónde estoy. Sólo sé que tengo que ir a trabajar y que espero que sea de otorrino, porque en ese otro universo seguro que soy ginecólogo y a ver quién es el guapo que a éstas alturas se acuerda de cómo se hace una cesárea.

16 de mayo de 2010

Pacientes, violencia y canciones


A veces coincido en mis guardias con una auxiliar de enfermería que me cuenta esos problemas de mis pacientes que mis pacientes no me cuentan a mí.

-Es que los enfermos no os dicen ni la mitad de lo que les pasa. Muchas veces se sienten más cercanos a los enfermeros o a los auxiliares y con nosotros se sinceran más.

Supongo que no será así para todos los casos, pero sí para bastantes. Y como a mí me gusta enterarme de lo que se les pasa por la cabeza a mis pacientes, intento sacar unos minutos en cada guardia para que esta auxiliar me cuente lo que en realidad está pasando en mi planta.

Hace unos meses me sorprendió un comentario suyo:

-Creo que hay un paciente que, en cuanto se vaya de alta y llegue a casa, le va a pegar a la mujer.
-¿Por qué crees eso?
-Porque ya son muchos años los que llevo trabajando.

Desde ese momento, me siento mucho más sensibilizado con el problema de la violencia de género. ¿De dónde viene? ¿Existe un componente educacional que no estemos detectando? Entonces me acordé de las canciones que cantaban las niñas de mi clase del colegio, durante el recreo, hace apenas veinte años. Es clásica esa que dice:

Lunes antes de almorzar,
una niña fue a jugar,
pero no pudo jugar
porque tenía que lavar.


Aunque claro, esta canción resulta muy descafeinada cuando la comparamos con otra que normaliza que los hombre sean infieles y que dice así:

Soy capitán de un barco inglés
y en cada puerto tengo una mujer.
La rubia es sensacional
y la morena tampoco está mal.

Ya entramos en un maltrato claro cuando recordamos esa otra canción que dice:

Al pasar por el cuartel
se me cayó un botón
y vino el coronel
a pegarme un bofetón.
Tal bofetón me dio
el pedazo de animal
que estuve siete días
sin poderme levantar.

La canción sigue cuando el bruto del coronel aconseja a la niña como evitar que él le dé bofetones:

Cómprate un vestido de color café.
Cortito por delante y cortito por detrás.

Y por si todo esto no fuera suficiente, el premio gordo a la canción infantil más destructiva se lo lleva ésta, que sin ningún tapujo comienza así:

El verdugo de Sancho Panza
ha matado a su mujer
porque no le da dinero
para irse, para irse al café.

Foto: Puente de San Telmo a las siete y media de la mañana. Una foto muy bonita para quitar la amargura que me crea escribir sobre un tema nada bonito.

13 de mayo de 2010

El primer Congreso de la Blogosfera Sanitaria


Ahora no recuerdo cómo se llamaba esa película de Paco Martínez Soria en la que hacía de cateto de pueblo que visitaba a su moderno hijo en Madrid. De lo único que me acuerdo es de una escena en blanco y negro en la que el actor intenta salir de la estación cargado con dos grandes baúles y no lo consigue.

Tengo que reconocer que yo también me siento un poco perdido a la hora de manejarme en Madrid. Lo poco que sé de la capital es cómo coger una plaza de MIR, que es muy sencillito. Hay que ir en AVE hasta la estación de Atocha, bajarse del tren, meterse en el Ministerio, que está a un par de manzanas de distancia y volver a la estación.

Dentro de un mes, se celebrará en Madrid el I Congreso de la Blogosfera Sanitaria. Cuando me enteré de que éste congreso se había convocado y de que las plazas eran limitadas, me apresuré a inscribirme y a buscar un medio de transporte, sin ni siquiera saber si me iban a dejar cogerme esos días en el trabajo. Afortunadamente, me lo han permitido y, si nada lo impide, espero encontrarme con muchos de vosotros por allí.

Pero eso si consigo llegar, porque a mí, la capital, como a Martínez Soria, me da un poco de vértigo y seguro que me pierdo. El congreso se celebra cerca de la Castellana; yo sólo sé que esa avenida es larguísima y que, si mi Monopoly dice la verdad, está pasando la Gran Vía, justo antes de llegar a una joyería en el Paseo del Prado.

Después me he enterado de que el encuentro se celebrará en el Instituto de Salud Carlos III, que está dentro de un Ministerio. Qué miedo me da. Seguro que está lleno de gente importante que habla de cosas importantes, como de grandes proyectos en eHealth al lado de los cuales el mío es completamente insignificante.

Y para terminar, me preocupa mucho el tema de la etiqueta. No sé si quedaré peor si llevo una camisa de cuadros y al llegar allí todo el mundo va de chaqueta y corbata o si me pongo la chaqueta y la corbata y al llegar allí todo el mundo va con camisa de cuadros.

Foto: El Madrid de los años 60 de Martínez Soria y la blogosfera sanitaria llegando a él.

9 de mayo de 2010

Minicomida y maxiprecios


Nadie protesta nunca de las comidas de empresa, ni comenta lo caras que son para la poca comida que sirven. Es verdad que son muy agradables y que te diviertes mucho, pero es que cada vez que voy a una me siento tonto. Mismamente, esto fue lo que comí en la última a la que asistí:

Una cerveza.
Un plato de chacina de la casa para compartir, del cual toqué a dos trozos de queso y una lonchita de jamón.
Una tortilla de chorizo y cebolla de dos huevos, a repartir entre cuatro; es decir tocábamos a una tortilla de medio huevo cada uno.
Un pescado muy bien adobado, pero que al hacer las partes, toqué a tres pequeños pedacitos.
Media alcachofa mini, que medía 2 x 2 centímetros, con un tomatito cherry y una lasca de jamón serrano.
Una copa de vino de la casa.
De plato principal, dorada en salsa; me pusieron media dorada (esto es, dos lomos) más seca que un cartón en el desierto y con una mayonesa por encima para que no fuera intragable.
De postre, para compartir entre cuatro, cuatro trocitos de pastel, más pequeños cada uno que un dedo meñique.
Un chupito de ron.

En total, fueron cuarenta y dos euros; unas siete mil de las antiguas pesetas. Y no sé si lo que ocurre es que soy un burro y que la miel no está hecha para mi boca o que pasa como con el traje nuevo del emperador y que nadie se atreve a señalar estos timos. Creo que voy a esperar a que los del Media Markt organicen comidas de empresa porque, yo, desde luego, no quiero ser tonto.

Foto: Esta mañana, yo también me sentía creador de cocina minimalista y diseñé unos bocados de maíz crujiente sobre un lecho de leche batida; en un restaurante de estos de diseño, una simple cucharada sería suficiente para saber que estás comiendo Corn Flakes y para que pagues, por ejemplo, veinte euros.

5 de mayo de 2010

El genio de la botella de suero


-A este paciente lo vamos a dejar "en dieta" hasta que mañana se haga el TAC, así que le voy a prescribir su sueroterapia. ¿Te importa írsela poniendo, Teresa?
-No, ahora mismo lo hago.

A la pobre Teresa casi le da algo cuando descubre a un señor pequeñito y barbudo dentro dentro de una botella de suero fisiológico.

-Emilienko, ¿puedes venir, por favor? Hay un problema.
-¿Qué pasa?
-Hay algo vivo dentro de la botella de suero.

Teresa tenía razón. Parecía que había algo vivo, y nos dio por estimularlo haciéndole molestas señales de luz con el otoscopio de pared. Así conseguimos despertar a un genio que vivía dentro de esa botella: "el genio de la botella de suero", como él mismo dijo llamarse.

Hay que explicar que no le hizo mucha gracia que le interrumpiéramos su sueño milenario, porque nada más espabilarse, comenzó a soltar insultos en alguna lengua muerta hace muchos años. No le preguntamos cuánto tiempo llevaba metido ahí porque nos parecía de mala educación y además porque nos constaba que el pedido de sueros era de esa misma semana. No parecía haber explicación racional que explicara cómo un genio milenario había acabado pasando sus días flotando en agua con sal.

-¿Podemos pedirte deseos? -le pregunté deseoso de que convirtiera mi Nintendo DS en una Nintendo DS XL; pero, antes de que pudiera formularlo, me interrumpió.
-En realidad, deseos propios no concedo. Sin embargo, sí que podéis pedir algo para el hospital: algo que queráis mejorar de éste, una sola cosa, aunque parezca imposible de realizar.

A Teresa y a mí nos pareció una responsabilidad muy grande como para decidirla rápidamente; así que escondimos al genio de la botella de suero detrás de las ampollas de beta-bloqueantes, donde seguro que no miraba nadie, acordando haber decidido nuestro deseo al día siguiente. A estas horas de la tarde, aún no tengo ni idea de qué pedir.

Si vosotros pudiérais cambiar una cosa, una sola cosa del sistema sanitario, aunque fuera imposible, ¿cuál sería?

2 de mayo de 2010

De vuelta en la Alameda


Capítulo 2x01

Estábamos próximos a cumplir la treintena, pero como si todavía tuviésemos doce años, nos pusimos a hablar sobre Pokémon en mitad de la Alameda de Hércules. Fascinados por la magia de este juego, los tres habíamos sido entrenadores en nuestro tiempo y nos habíamos enfrentado entre nosotros en más de una ocasión.

-¿Has empezado ya a jugar al remake de la segunda generación? -me preguntó Vientoblanco.
-No. No sabía que hubieran sacado un remake.
-Ya hace tiempo -siguió Giz. Yo he elegido como primer Pokémon al de tipo planta y Vientoblanco al de tipo fuego. Tienes que empezar a jugar ya; compra el juego este lunes y elige a un Pokémon de agua. Así conseguiremos entre los tres tener un equipo fuerte.
-Que va... me gustaría, pero es que no tengo tiempo.
-¿Cómo que no tienes tiempo?
-En serio, no puedo. Tengo muchas cosas que hacer, no puedo permitirme gastar una hora diaria en atrapar bichos que no existen. Ya estoy muy mayor para eso.
-No, lo que pasa es que desde hace un tiempo te crees que haces cosas más importantes. Fíjate en tu blog. Antes te dedicabas a contar tus aventuras en el mundo Pokémon. De acuerdo, esas aventuras no ocurrieron nunca, pero en cierto modo hacían que tu imaginación siguiera viva. Y ahora... ahora sólo hablas de enfermos; o peor aún, de gestión de enfermos. Tu blog está siempre hablando de enfermedad: es enfermizo.

Pero yo sabía que aquello no era exactamente así, que la verdad era que ahora llevaba muchas cosas adelante: la tesis, las comunicaciones a congresos, mi proyecto de eHealth, mi casa, la compra, la limpieza, la comida, las relaciones por Twitter, los pacientes, el estudio de la especialidad y mucho más. No me quedaba tiempo y, al fin y al cabo, Pokémon no era algo tan importante como lo demás.

-Emilienko.
-Dime.
-Tus nuevos planteamientos; me recuerdan a la historia de Momo y de los hombres grises.

Foto: La Alameda de Hércules, ayer por la tarde. En la foto, de izquierda a derecha, nuestros Pokémon distintivos: el Staryu de Vientoblanco, mi Gloom y el Clefairy de Giz.