8 de noviembre de 2009

El kilim


Los que me conocen saben que no soy una persona caprichosa. Por eso, algunos de mis compañeros de viaje se sorprendieron de que me hubiese ido de Estambul sin haber caído en la tentación de comprarme algo.

Sin embargo, yo ya llevaba al viaje una idea desde casa: quería traerme un kilim para decorar mi dormitorio. Por eso, esperé pacientemente a que llegara esa visita a la tienda de alfombras en la que tarde o temprano te embaucan durante un viaje organizado a Turquía. Incluso había diseñado una estrategia para seguir en la tienda.

Como en Turquía es costumbre regatear con los turistas, quería fingir no estar interesado en comprar nada, mirar como el que no quiere la cosa los kilims de la tienda, preguntar desinteresadamente cuánto costaban, hacer como que me iba y esperar a que el vendedor viniera detrás de mí a hacerme una oferta mejor. No es que fuera una estrategia brillante, pero mis compañeros de viaje habían conseguido con ella precios más que interesantes.

Lamentablemente, no funcionó.

-Mira, Emilio, aquí venden kilims, ¿tú no tenías muchas ganas llevarte uno a casa?
-Bueno, no sé, muchas ganas no,...
-Sí, sí que las tenías, que nos lo dijiste en Estambul, venga cómprate uno, no seas tan agarrado. ¿Para qué quieres el dinero?
-No sé, es que estos kilims no me gustan mucho,...

Era una mentira; de reojo había visto un kilim que me había encantado.

-Sí, venga, elige uno que sea bonito y cómpratelo; vamos a buscar a un vendedor.

Los vendedores ya se habían dado cuenta hace tiempo de mis intenciones, vinieron varios a mí y mi plan de conseguir un buen precio se frustró completamente.

Foto: El kilim que me gustaba en el suelo de mi dormitorio. ¿Cuánto habríais pagado por él?

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Dafne Laurel dijo...

buf... yo odio regatear. A mi que me digan un precio, y si quiero lo pago y si no, pues no xD

No sé poner precio a las cosas... :s
¿se puede preguntar cuánto pagaste?