Me desperté en un viejo sofá de los años sesenta sin recordar cómo había llegado hasta allí.
-¿Dónde estoy? -pregunté.
-En La Villa -respondió una voz cuyo origen fui incapaz de localizar.
-¿Qué quieren de mí?
-Información.
-¿De qué partido político, servicio de salud, sindicato, empresa farmacéutica o grupo de social media son ustedes?
-Eso no puedo decírselo. Queremos información. ¡Información! ¡INFORMACIÓN!
-No la tendrán. ¿Por qué no la buscan en Internet?
-De algún modo la tendremos.
-¿Quién es usted?
-El nuevo Número 2.
-¿Quién es el Número 1?
-Usted es el Número 6.
-¡No soy un número! ¡Soy un hombre libre!
Sonaron unas carcajadas terribles y salí a una calle llena de personas sonrientes, tomando café en veladores, realizando despreocupadas sus compras yendo de una tienda a otra, paseando sin rumbo fijo. Y fue precisamente entonces, en aquella tarde de sábado de campaña electoral, previa a unas elecciones democráticas en las que había tanto en juego, cuando comprendí el delicioso paralelismo que guarda la serie de ciencia ficción "El Prisionero" con la sociedad actual.
Y, créanselo o no, porque es verdad. Mientras que iba enfrascado en mis pensamientos, se me apareció un pequeño pero temible Rover que se puso a perseguirme por el adoquinado de la calle Feria. Les doy mi palabra y una foto de él, que vale más que mil de ellas.
5 de noviembre de 2011
Los prisioneros
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