Lo de ayer fue una gran oportunidad. Uno de los mejores cirujanos del servicio me había invitado a verlo operar en su clínica privada por la tarde y ésa era una ocasión que no podía perderme.
Los viernes no hay mucho trabajo; sin embargo, ayer parece que media Sevilla se puso enferma de golpe. Normalmente acabo a las dos y cuarto, ayer terminé a las tres, quedándome sólo tres cuartos de hora para llegar a la clínica.
A paso ligero, me dirigí a la estación de bicicletas, porque estaba muy justo de tiempo. No había ninguna bici allí. Sin perder la paciencia, fui a la estación de bicicletas vecina, pero también con bastante poco éxito, porque también estaba vacía.
Me pongo a buscar un taxi que, tras avanzar un par de manzanas, se queda en medio de un atasco terrible del que no puede salir. Todavía estoy en la otra punta de la ciudad y ya sólo me quedan 20 minutos para llegar a mi cita. Me empiezo a poner muy nervioso. Pago el taxi (7 euros) y me bajo de él.
Corriendo por la Palmera, voy buscando nuevas estaciones de bicicletas, la primera que encuentro también está vacía; en la segunda queda una bici. La cojo. Empiezo a pedalear con todas mis fuerzas, pero se levanta viento en contra. La situación comienza a parecerse a una de esas pesadillas en las que no puedes avanzar porque tienes los pies pegados al suelo.
Pedaleo fuerte, fuerte, más fuerte, estoy empapado en sudor, el corazón se me quiere salir del pecho, pero lo consigo y, quedando sólo un minuto, llego a la puerta de la clínica. Entonces me doy cuenta de que no sé dónde aparcar. Encuentro una primera estación y está llena, no puedo dejar la bici allí. Me alejo un poco más y la siguiente estación también está llena. Al final, encuentro una borneta libre para aparcar a 500 metros de mi destino.
Aparco y vuelvo a correr. Pienso en que el cirujano va a pensar que soy un auténtico impresentable. He llegado cinco minutos tarde. Me imagino al anestesista que no me deja entrar al quirófano porque ya ha comenzado la operación. Entro en la clínica.
No sé dónde está nada, pero llego al quirófano, encuentro yo solo un pijama, me cambio, me pongo papis, gorro y mascarilla. Pregunto por el quirófano de otorrino y voy hacia el a paso ligero por el pasillo quirúrgico. Llego al quirófano y está vacío. No hay nadie allí.
En ese momento, me suena el móvil: es el cirujano.
-Emilio, ¿eres tú? Disculpa, llego un poco tarde, estoy en un atasco.
6 de septiembre de 2008
Pesadilla antes del quirófano
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Es una historia genial para un corto :p
Por lo menos, no pensó que eras un irresponsable ;)
jajaja... si es que cuando todo se pone de acuerdo para salir mal...
y mientras corres hacia la clinica... sacas la camara de tu bolsillo y haces la foto! jejeje
Los blogs personales van a acabar con nosotros!
Suele pasar x)
A veces me pregunto cuánto tienen este tipo de texto de real y cuánto de literario :D
¡Mejor suerte la próxima vez!