Os presento mi lugar de trabajo, en el que me paso las largas mañanas enteras.
Cuando comienzo, me gusta imaginar un cuerpo normal, perfecto, tendido boca arriba sobre esa mesa. Con la simple ayuda de un bolígrafo, algunos rotuladores y un lápiz bicolor, inflijo a ese cuerpo todo tipo de torturas en forma de síntomas molestos, que suelen acabar llevándolo a la muerte.
Bromas aparte, así es estudiar Medicina. Esta ciencia implica conocer de cerca el dolor y el sufrimiento, y aceptar que en muchas ocasiones la única terapia posible es el consuelo.
Os voy a contar un secreto: he estado en todo tipo de operaciones desagradables, y en las prácticas de Anatomía vi cadáveres cortados de las formas más inverosímiles. Nunca tuve ni una arcada. Sin embargo, soy incapaz de ver esas películas gores en las que los crímenes y las mutilaciones están a la orden del día; me dan sudores fríos y lo paso muy mal.
Creo que la razón de esto es que no soporto que el dolor que todos los días se ve en los hospitales se convierta una forma de ocio.
31 de julio de 2007
La mesa del carnicero
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